lunes, 2 de julio de 2012

Profetas que profieren profecías


Michel de Nôtre-Dame
Una vez más, el fin del mundo no ha llegado. Me refiero, en este caso, a la predicción de Silvia Simondini, directora del Museo Ovni de la ciudad de Victoria. No hubo, como ella había anunciado cuando visitamos el museo, tres días de oscuridad total en el mes de mayo. El Sol no se apagó ni tres días, ni tres minutos, ni tres segundos. Quienes siguieron sus indicaciones (si es que los hubo) y almacenaron bidones de agua y bolsas de comida, lo hicieron innecesariamente. A pesar de que “los científicos” estaban “muy preocupados” y recomendaban a la gente hacer ciudades bajo tierra, a pesar de que los cálculos que indicaban que en el Sol iba a haber “explosiones atómicas” parecían precisos, nada de esto sucedió. Pasó mayo, pasó junio, y el “cambio de era” tan anunciado no llegó. No llegó ni en 2000, ni en 2001. Tampoco el 11/11/2011. No llegó cuando lo predijo Nostradamus, ni Harold Camping, ni Silvia Simondini. ¿Será en diciembre de este año, como dicen ahora?

El ser humano siempre ha anhelado tener la habilidad de poder predecir el futuro: los pueblos agricultores necesitaban, por ejemplo, saber de antemano si este iba a ser un buen año para sembrar sus cultivos. Los nómades, por su parte, necesitaban decidir el mejor momento y la dirección hacia dónde viajar para encontrar un buen lugar donde establecerse, que tuviera fuentes de agua y buena caza y, claro, sin enemigos en las cercanías. En épocas un poco más recientes, los monarcas daban lo que fuera por conocer el resultado de una batalla antes de pelearla, o para decidir con qué reino aliarse. Para esto, muchas veces debían decidir si confiar en el consejo de los estrategas y guerreros o el de los místicos.

En “La Tierra de Canaán” (1971), Isaac Asimov cuenta: Entre los místicos había grupos de hombres que se entregaban a la devoción extática, que tocaban instrumentos, cantaban, danzaban, caían en trance y llegaban al frenesí. Se suponía que en estos estados de frenesí estaban en contacto con la deidad, y sus murmullos y exclamaciones incoherentes eran considerados como mensajes divinos. Esos individuos extáticos […] eran llamados en tiempos antiguos «profetas», de una palabra griega que significa «proferir» (con referencia a sus estados extáticos). Puesto que se suponía que las formulaciones proféticas informaban sobre el futuro, la palabra llegó a significar «alguien que puede predecir el futuro».

Tanto los brujos de los pueblos antiguos como los consejeros místicos de los reyes deseaban poder cumplir las expectativas puestas en ellos. Los chamanes, por ejemplo, recurrían al uso de sustancias psicoactivas -como el peyote, la marihuana o la ayahuasca- combinadas con bailes, cantos, vigilias, ayunos y sudaderos para inducir estados de trance durante los cuales tenían visiones que consideraban proféticas. 
 
Horacio Germán Tirigall, Horangel
Los místicos al servicio de los reyes y emperadores, en cambio, usaban lo que en esos años pasaba por ciencia para convencer a los reyes de su poder de predicción. En Cosmos (1980), Carl Sagan escribió sobre los antiguos astrólogos: La astrología mantiene que la constelación en la cual se hallan los planetas al nacer una persona influye profundamente en el futuro de ella. Hace unos miles de años se desarrolló la idea de que los movimientos de los planetas determinaban el destino de los reyes, de las dinastías y de los imperios. Los astrólogos estudiaban los movimientos de los planetas y se preguntaban qué había ocurrido la última vez en que, por ejemplo, Venus amanecía en la constelación de Aries; quizás ahora volvería a suceder algo semejante. Era una empresa delicada y arriesgada. Los astrólogos llegaron a ser empleados exclusivamente por el Estado. En muchos países era un grave delito leer los presagios del cielo si uno no era el astrólogo oficial: una buena manera de hundir un régimen era predecir su caída. En China, los astrólogos de la corte que realizaban predicciones inexactas eran ejecutados. Otros apañaban simplemente los datos para que estuvieran siempre en perfecta conformidad con los acontecimientos. La astrología se desarrolló como una extraña combinación de observaciones, de matemáticas y de datos cuidadosamente registrados, acompañados de pensamientos confusos y de mentiras piadosas.

Así que no todo era color de rosa para estos consejeros reales. Si bien es muy probable que muchos de ellos recurrieran a tácticas como usar espías contratados para tener más información en la cual basar sus recomendaciones, también tuvieron que aprender a mentir sin que se note. Cuando se veían en un aprieto al no haberse cumplido alguna de sus predicciones, simplemente inventaban alguna excusa y la disfrazaban entre palabreríos supuestamente científicos que nadie más entendiera. De todas formas, para evitar estas situaciones desagradables, era útil que sus predicciones fueran tan vagas como les fuera posible, para que siempre pudieran ser interpretadas de varias formas. Es así como, mientras sus predicciones se cumplieran o sus engaños los salvaran, llevaban una vida tranquila al lado del rey, viviendo en su castillo y disfrutando de su protección.

Harold E. Camping
Los “profetas” modernos poco tienen que ver con aquellos de la antigüedad. Entre los que afirman poder predecir el futuro (incluido el fin del mundo), están quienes lo hacen desde el fanatismo religioso -tanto los que creen sus propias profesías, como quienes sólo las usan para llenarse los bolsillos, instando a los fieles a desprenderse de sus posesiones terrenales para asegurarse un lugar en el Cielo- y los que lo hacen desde las pseudociencias, con el objetivo único de engañar a los desprevenidos, a los que se encuentran en un momento de debilidad o necesidad o a quien simplemente necesita creer en algo, prometiéndoles algo imposible a cambio de su dinero: conocer el futuro. 
 
Otra categoría particular es la de los conspiranoicos, término que combina sus características paranoicas con la tendencia a ver conspiraciones por todos lados. Una de las predicciones más populares en estos grupos es la del fin del mundo. En algunos sitios web caracterizados por la conspiranoia se afirma que el 21 de diciembre de 2012 habrá un cataclismo provocado por dos eventos astronómicos: el primero, que un planeta cuya existencia es mantenida en secreto por la NASA, el Planeta X, pasará cerca de la Tierra; el otro, que el Sol y la Tierra estarán perfectamente alineados con el centro de la galaxia. La gravedad producida por la combinación de estos dos eventos, dicen, sacará a la Tierra de su eje de rotación, causando el desastre.

En primer lugar, no hay ningún planeta cuya existencia la NASA esté manteniendo en secreto dando vueltas en los alrededores del Sistema Solar. Si lo hubiera, ya habría sido detectado por otras agencias espaciales y observatorios astronómicos. Es más, si un planeta fuera a pasar cerca de la Tierra este diciembre, ya debería ser visible para cualquier astrónomo aficionado.

En segundo lugar, como explica Neil deGrasse Tyson en esta conferencia (el que no quiera verla completa, puede saltar a la pregunta Nº2 usando el índice), “si vamos al 21/12/12 y analizamos las cartas estelares, ¡es verdad! El centro de la galaxia, el Sol y la Tierra estarán en una alineación perfecta. Es cierto. Lo que el sitio no te dice es que eso pasa cada año el 21 de diciembre. ¡Dejan eso fueran del relato! Así que es sólo una divertida ficción. La Tierra seguirá estando aquí antes, durante y después del 2012.”

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